lunes, 2 de junio de 2014

Allá vamos, Madrid.

Enciendes el reproductor. Quitas la opción de "repetir 1". Le das al play.
La lista empieza a sonar. Carmen Boza habla a la altura justa de tus ojos, y vas escuchando todas sus canciones.
Llegas a la entrada, agarras las llaves. Abres. "Esta manía tan suya de papá de cerrar la puerta con llave cuando estamos dentro", te quejas. Me sorprendió que en mitad de la canción huyeras a lomos de un león. Canción A. Puta Carmen, siempre dando de lleno.
Sigue sonando. Canción tras canción. Dices adiós. Cierras la puerta y echas la llave. "No vaya a ser que se escape algún gato", piensas.
Enciendes la luz. Comienza a sonar el contador, ese que al principio odiaba tanto y que ahora me regala una base rítmica para inventarme alguna canción cuando mi vecina de enfrente no me espía por la mirilla de la puerta.
Llamas al ascensor.
Esperas.
Viene y abres la puerta.
Pasas por encima de aquella canción que se te metió entre los pulmones cuando le conociste. Como el humo de su cigarro.
Se te clava cada nota, cada compás. Pero pasas por ella, escuchando cada acorde, saboreando cada palabra. Y ya no hay esa tentación de pulsar ese botón que te devolvería al pasado.
Porque de un tiempo a esta parte siempre pulsas el 10 cuando subes al ascensor, aunque estés ahí arriba, porque tienes más ganas de echar a volar que de bajar con el resto de los mortales.
Pero bajas, porque tienes que bajar. Y sales a la calle y subes una escalera pisando cada escalón con cada nota. Subiendo, siempre subiendo.
El vecino del portal 4 del tercer piso habla con la vecina del 5º, que pasea a su perro en la calle. Y se dan las gracias por noséquécosa.
Todo sigue su curso.
Y tú sigues subiendo. Y se acaba la cuesta. Ya no subes. Pero tampoco bajas.
Portal 2. Miras los jardines. Flores. Siempre primavera. "Me encanta nuestro jardinero".
Y miras hacia abajo. Alguien te ha dejado un barquito de papel para que no te hundas, para que salgas a flote.
Y entonces sonríes.
Y giras y atraviesas ese desierto de parque y bajas la calle y paras y esperas a que el semáforo se ponga en verde con la sensación de que es hora de cruzar.
Y cruzas.
Y juegas a imaginar. Y vuelves a girar y vuelves a cruzar después de haber esperado tanto tiempo un cambio en verde.
Y ves la parada del autobús. Esperas de nuevo, y ya viene. Le ves. Le paras. Subes. De nuevo en verde.
"Allá vamos, Madrid".
La música sigue sonando y aquella canción ya no suena. Ya ha pasado y has sabido seguir adelante.
Como siempre.
Como nunca.
Sola y valiente.
Porque tú sabes hacerlo.
Y el autobús de mi vida y este en el que voy sentada va parando a recoger y dejar gente. Hay quien sube. Vamos al mismo destino. Hay quien se baja antes de que me dé tiempo a fijarme en ella. Hay quien está un rato y luego se va.
El asiento de mi lado sigue vacío. Y yo, hoy, dejo de mirar en el cristal los reflejos de la gente que me rodea. Ya no intento adivinar sus caras. Me atrevo a mirar a través de él cómo se pone el sol sobre los tejados de Madrid.
Ya llegamos a la ultima parada. Es pronto. Voy andando a mi destino. Disfrutando de las canciones y de  la gente. Y del sol que queda antes de que anochezca.
Vamos a ver magia esta noche.
Vamos
a ser magia.

Sara

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